Ángela No. IV

Fue de los peores tiempos que pasamos con mi madre. Sucedió a las pocas semanas en que mi padre se metió un tiro en la cabeza. Medio a la fuerza nos arriaron a un prostíbulo de mala muerte. Ya teníamos experiencia en el oficio pero lo que sucedió esa vez me quedó grabado a fuego. Los cuartuchos eran miserables y apenas un biombo de cartón separaba los camastros, a nadie le importaba demasiado la privacidad, ni la higiene, ni los buenos modales. Esa vez a mi madre y a mí nos tocó atender a dos clientes al mismo tiempo. Y había un espacio que el improvisado biombo no alcanzaba a cubrir y ahí estaba mi madre mirándome y yo a ella, mientras la cabalgaba un negro descomunal y yo me las arreglaba con un viejo repugnante que me llenaba los pechos de baba, y fue como si mi madre y yo hiciéramos el amor en esa mirada compartida hacia el lado. Ambas movíamos las caderas y fingíamos el placer que excitaba a esos machos y ambas nos prodigábamos en un cariño de putas a quienes la sangre unía a través de una rendija del destino...