Don Nicanor
Hace unas semanas me hice el firme propósito de dejar de beber por un buen tiempo, esto debido a una cruda infernal que casi me manda al hospital por una severa deshidratación. Había vencido la tentación de beber en varias ocasiones, y digo ocasiones en que verdaderamente ameritaba celebrar con algo de alcohol. Anoche caí. El recorrido empezó en casa de no sé quién para celebrar su cumpleaños número tal. Había cerveza, tragos y comida en abundancia. Tomé algunos vasos de cerveza y al instante mi estómago sintió los trastornos del alcohol. Una vez más no le di importancia.
Salimos de tal celebración para dirigirnos a algún barecillo, a unos de esos que su fétido olor te invita a no pasar, pero que a la vez te llaman las anécdotas y piropos de algún borrachito, que por un tarro de cerveza, está dispuesto a bajarte la luna y las estrellas y a contarte algún pasaje de su miserable vida. Y así fue. Me senté en la barra junto a la radiola y pedí un tarro más. Pocos minutos habían pasado cuando un viejito que se tambaleaba como bambi en sus primeros intentos de caminar se sentó a lado mío. No sólo bajó la luna y las estrellas para mí; también me regaló 10 metros cuadrados del Parque Madero (o miadero) y un resbaladero del Parque Infantil. Entre tantos regalos, mentiras y sonrojos, me dijo que hacía tiempo había tratado de dejar la bebida. Dijo que incluso había ido con un médico para que le explicara los efectos que el alcohol causa al organismo y de pasada le atendiera una molestia en un riñón, y esto fue lo que me dijo:
“Hace meses fui con un médico por unas molestias que traíba en un riñón. Me dijo que todo era a causa del alcohol, que tenía que dejarlo. Le dije que por mi no había quedado ese tan fallido intento pero que era más fuerte que el mismísimo alcohol etílico que una vez me tomé. El Dr. con cara de asombro me dijo: Don Nicanor (ese es su nombre, ahora lo recuerdo) le voy a explicar lo que el alcohol le está haciendo. De un botecito de leche nido medio despostillado sacó una lombriz. Primero la metió en agua, la sacó y no pasó nada, luego la metió en un vaso con vino y la lombriz murió en pocos segundos. El Dr. dirigió su mirada hacia la mía y replicó – ¿Ya vé Don Nicanor lo que les pasa a los que toman en exceso?- Yo mijita (dirigiéndose a mí) con una sonrisa de oreja a oreja le contesté: Sí doctor, ¡nunca tendré lombrices!
Hoy en la mañana que desperté con la boca seca y con un fuerte dolor de estómago y de cabeza por la resaca, recordé la anécdota de Don Nica (ahora le llamo así) y a mi mente se vino una frase que ha venido a reemplazar lo que será mi epitafio: “Más vale crudo que mal desparasitado”
Salimos de tal celebración para dirigirnos a algún barecillo, a unos de esos que su fétido olor te invita a no pasar, pero que a la vez te llaman las anécdotas y piropos de algún borrachito, que por un tarro de cerveza, está dispuesto a bajarte la luna y las estrellas y a contarte algún pasaje de su miserable vida. Y así fue. Me senté en la barra junto a la radiola y pedí un tarro más. Pocos minutos habían pasado cuando un viejito que se tambaleaba como bambi en sus primeros intentos de caminar se sentó a lado mío. No sólo bajó la luna y las estrellas para mí; también me regaló 10 metros cuadrados del Parque Madero (o miadero) y un resbaladero del Parque Infantil. Entre tantos regalos, mentiras y sonrojos, me dijo que hacía tiempo había tratado de dejar la bebida. Dijo que incluso había ido con un médico para que le explicara los efectos que el alcohol causa al organismo y de pasada le atendiera una molestia en un riñón, y esto fue lo que me dijo:
“Hace meses fui con un médico por unas molestias que traíba en un riñón. Me dijo que todo era a causa del alcohol, que tenía que dejarlo. Le dije que por mi no había quedado ese tan fallido intento pero que era más fuerte que el mismísimo alcohol etílico que una vez me tomé. El Dr. con cara de asombro me dijo: Don Nicanor (ese es su nombre, ahora lo recuerdo) le voy a explicar lo que el alcohol le está haciendo. De un botecito de leche nido medio despostillado sacó una lombriz. Primero la metió en agua, la sacó y no pasó nada, luego la metió en un vaso con vino y la lombriz murió en pocos segundos. El Dr. dirigió su mirada hacia la mía y replicó – ¿Ya vé Don Nicanor lo que les pasa a los que toman en exceso?- Yo mijita (dirigiéndose a mí) con una sonrisa de oreja a oreja le contesté: Sí doctor, ¡nunca tendré lombrices!
Hoy en la mañana que desperté con la boca seca y con un fuerte dolor de estómago y de cabeza por la resaca, recordé la anécdota de Don Nica (ahora le llamo así) y a mi mente se vino una frase que ha venido a reemplazar lo que será mi epitafio: “Más vale crudo que mal desparasitado”
4 Comments:
bah!!! el alcohol es tan dificil de dejar...
que sigan las heladas y elo verga las lombrices
:)
niña!
-Con alcohol despídete de las lombrices, es mejor que tommar Vermont!
:P
es cuestion de verse en otras caras, e imaginarse frente al espejo... it's up to you!!
las lombrices es lo de menos...
alkojol kaput not forme en pequeñas cantidades pami!! o sólo en diciembre!! akakajaj
Publicar un comentario
<< Home